Desolación

Vagando en los alrededores, llegó a las ruinas de la antigüa ciudad humana. Puedo ver lo deplorable. Algo que parecía tener mucho futuro... terminando sin avanzar absolutamente nada más que a su propio fin. Suspiró, comenzando a avanzar. Calles y casas desoladas. Cadáveres arrojados. El olor a sangre reinaba en el aire. Pudo ver las casas, destruídas. Los edificios, corroídos. Detuvo su paso ante una muñeca de trapo en el suelo. Se arrodilló, para luego tomarla en manos. La miró, pensante. Los humanos no habían tenido compasión ni por su propia descendencia... Suspiró, negando con la cabeza.

Caminaba por dnde antes habían vivido los humanos. Algunos bueno, algunos malos, algunos cazadores de vampiros, otro... personas. En sí. No existe ni lo malo ni lo bueno, eso es relativo a cada uno, recordó. Encontró una piedra en el camino y la pateó con sus botas, y estrelló una ventana. Volvió a suspirar, molesta de tener tan poca puntería.

Sintió un ruido conocido. A cristal roto. Giró la cabeza en esa dirección, poniendose de pie. Aún con la muñeca de trapo en sus manos, comenzó a caminar lentamente y con cautela hacia el sitio. Su mente maquinaba posibles respuestas al sonido. Quizás la ventana simplemente terminó por romperse a causa del viento. Pero no había viento suficiente. O algún animal salvaje. O un simple gato. O... un humano. Sintió su sangre hervir ante esa idea. Si era cierto... ¿qué sería? Una niña o un niño pequeño... Una mujer... Un hombre...
Se aproximó al lugar, aún intentando imaginar qué sucedería. Intentando no toparse una sorpresa.

Sintió que alguien se acercaba y se puso alerta. Olió al aire a su alrededor, y suspiró más tranquila. No era un humano. No era nada de que preocuparse, al menos no demasiado. Fue en busca de esa persona y se encontró una una joven de cabellos cortos y negros, y ojos azabaches, también, que cargaba una muñeca de trapo en sus manos.

- Hola... - comenzó. - Mi nombre es Kasumi, un gusto. ¿El tuyo? - dijo.

Pestañeó algo confundida al ver que ninguna de sus ideas eran correctas. Era otro ser, igual a ella. Sonrió levemente. Por lo menos... estaba más segura y tranquila. Miró la muñeca de trapo en su mano, para luego inclinarse levemente, en una especie de reverencia. Tomando las puntas laterales de su vestido y arrodillandose sin tocar el suelo, con una pierna hacia atrás.

- Un gusto, soy Naisha

Vio cómo se inclinaba al saludarla y le extrañó un poco. Arrugó la nariz.

- Un gusto Naisha... - dijo. - ¿Debería yo inclinarme también o es sólo una costumbra tuya? - preguntó.

Se volvió a poner derecha, rascandose la nariz algo nerviosa. Quizás debía sacarse esa costumbre. Todo el mundo se extrañaba de ella y la miraban raro. Si pudiera leerles la mente... seguramente la catalogarían de rara o loca. Rió un poco.

- Es solo costumbre mía...

- Oh, entiendo. - respondió. - ¿Y... qué te trae por aquí? - preguntó, poniéndose las manos a la espalda, y dando unos pasos hacia el camino donde venía caminando antes, indicándole que la siguiera.

Sonrió, comenzando a caminar detrás de ella. No soltaba a la pequeña muñeca de trapo. Quizás un recuerdo, un souvenir. Quien sabe. Le atraía. Quizás era de una niña... que terminó como ella, viendo como todos morían. Pero sin su suerte de seguir viva. Negó levemente con la cabeza, saliendo de sus cavilaciones. No debía pensar esas cosas. No cerca de compañía. Sonrió, quizás un tanto falso, mirando a la joven.

- Pues... no lo sé... Puedo decirte qué me ata... No qué me atrajo a aquí... -la miró fijo- ¿Y a tí? ¿Qué te trajo?

- Ehm... supongo que la soledad... y el silencio. La última vez que fui en busca de esas dos cosas, me fue bastante bien. - dijo, sonriendo, algo sonrojada. - Pensé que si salía a buscar eso de nuevo, quizá me volviera a pasar algo bueno. - comentó, aún caminando.

Miró hacia el horizonte y suspiró. Su vida había dado un vuelco de ciento ochenta grados, y aún no llegaba a creer completamente los últimos sucesos. Parecían irreales, una perfecta fantasía.